Tras curarse la herida, Albert se dio cuenta de que el lobo le observaba con una paciencia tranquila y mesurada. Olfateó el vendaje improvisado con silenciosa curiosidad antes de darse la vuelta, como indicando que era hora de continuar. Albert lo siguió, y su curiosidad aumentaba a cada paso. Aunque los acontecimientos distaban mucho de lo que había previsto, sintió que se formaba un vínculo tácito, un pacto silencioso de respeto y comprensión mutuos entre el hombre y la bestia.
La paciencia del lobo
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A la cueva
Su camino les llevó a la entrada de una cueva pequeña y discreta. Sin vacilar, el lobo se deslizó hacia el interior, y Albert, movido por la curiosidad, le siguió de cerca, ansioso por descubrir lo que la criatura pretendía revelarle. La entrada de la cueva estaba parcialmente sumergida en el agua, lo que obligó a Albert a vadear el agua helada. El frío se filtró en sus pantalones, empapándolos hasta las rodillas. Sin embargo, la incomodidad apenas se dejó sentir, empequeñecida por la irresistible atracción del misterio que aguardaba en su interior.
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