Los gritos de júbilo recorrieron la multitud, pero Albert no tardó en tranquilizar a todos: el lobo no le estaba haciendo el menor daño. Su agarre era sorprendentemente suave, nada parecido al mordisco despiadado que cabría esperar. “¿Qué quieres? Preguntó Albert, plenamente consciente de que el lobo no podía responder. En respuesta, la criatura retrocedió unos pasos, sin dejar de sujetar suavemente la mano de Albert entre sus mandíbulas.
No dolió
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El lobo quería algo
En un instante, Albert comprendió lo que quería el lobo: intentaba mostrarle algo. Cuando Albert se puso en pie, el lobo le soltó la mano y empezó a alejarse. Tras unos pasos, se detuvo y miró hacia atrás, dándose cuenta de que Albert no le seguía el ritmo. El anciano se movió más despacio, incapaz de igualar los rápidos movimientos del lobo.
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